jueves, 9 de junio de 2022

 3. Un poco de perspectiva histórica  

    Para trazar una perspectiva histórica de esta obra de ingeniería hidráulica, parece que habría que trasladarse al siglo I d. C. La urbe romana ubicada en lo que hoy es Huelva, el centro urbano principalmente, estaba experimentando <<el relanzamiento de la industria pesquera y de salazones que, aunque ya existía en periodos anteriores, tiene un notable incremento, convirtiéndose en la base de su economía>>. (“Notas sobre la historia y funcionamiento del acueducto romano de Huelva”, Boletín número 6 del 15MHuelva, noviembre 2012. Referencia 3).

Como es natural, para esta industria de la salazón, así como para el uso doméstico entre otras necesidades que podemos tener en mente, era necesario disponer de una amplia red de distribución de agua. Como atestiguan los restos encontrados en excavaciones arqueológicas en diversas partes de la ciudad, debieron de existir canalizaciones de diversos tipos para llevar el agua a las diferentes partes de la ciudad, para satisfacer las necesidades industriales, agrícolas y domésticas.

Por ejemplo, <<en los restos de fábrica de salazones encontrados en la calle Palos número 3, se hallaron restos de tuberías de plomo insertas en una canalización de ladrillos, que deberían nutrirse del agua del acueducto>>. (Referencia 3. Boletín número 6 del 15M Huelva citado).


Figura 6. Ilustración ideada del funcionamiento del acueducto y su posible trazado. “El Agua de Huelva". Ayuntamiento de Huelva.

En el trabajo titulado “Contexto hidrogeológico de los cabezos de Huelva y el antiguo sistema de abastecimiento de agua”, firmado por Manuel Olías Álvarez, Ana Rodríguez Cárdenas y Juan Andrés Adame Domínguez de la UHU (figura 2 de la entrada 2 de este blog), se explica pormenorizadamente, entre otros aspectos técnicos como la calidad y cantidad de agua que mana de la fuente, el proceso de captación, filtración y distribución del agua por el acueducto. En los controles de caudal de agua, se llegó a tasar la cantidad de 43.000 litros diarios, como caudal medio entre febrero de 2018 y enero de 2019.

<<A finales del siglo XVII, el ayuntamiento de Huelva aludía a la falta de agua general y al deterioro de un acueducto cuyas galerías y lumbreras habían carecido de la limpieza y regular retirada de escombros. Así, desde 1671 a 1691, por falta de recursos municipales, el acueducto había quedado abandonado a su suerte. No tenemos noticia de que se obligara a los propietarios de las tierras de los cabezos del Conquero a quitar y desenraizar las viñas y árboles plantados sobre la vertical del acueducto. Sólo en 1772, un siglo después, se llegó a intervenir contra dichos propietarios.

Como consecuencia del terremoto ocurrido en 1755, las galerías del acueducto se vieron sensiblemente afectadas, produciéndose una paulatina disminución del caudal de la Fuente Vieja, de modo que se hizo necesario buscar otras formas sustitutorias de abastecimiento.

La noticia del colapso del acueducto subterráneo cruzó incluso el Atlántico y llegó a oídos del presbítero natural de Huelva Diego Márquez Ortiz, primer capellán, vicario y juez eclesiástico de San José de Yuscarán, en Honduras, que decidió velar por la cañería onubense y legar para su reparación un total de 2.000 pesos. En 1772 el cuñado del presbítero dirigió los trabajos de reconocimiento de las galerías del acueducto y reconstruyó las partes deterioradas, limpió de barro y tierra todo el cañón de la conducción, arregló las lumbreras, devolvió la corriente a la fuente de la plaza de San Pedro, desde allí partía un caño que surtía el convento de religiosas Agustinas, por lo que hoy es la calle Tres Agosto, y desde allí la condujo por tuberías hasta una flamante pila de mármol con sus caños de bronce situada en la plaza de San Juan, ahora llamada Plaza de las Monjas.

Gracias al dinero de Diego Márquez y al frenético trabajo de su cuñado, la galería volvió a conducir agua al casco urbano de la villa después de casi veinte años y el ayuntamiento tomó plena conciencia, si es que no la tenía ya, de la verdadera entidad de la cañería subterránea.

Lo cierto es que tanta abundancia tenía en 1772 la fuente de la plaza de San Pedro que el agua rebosaba de la pila y circulaba (es de suponer que canalizada) por varias calles de la villa, constando en un acta capitular del ayuntamiento que el agua ‘se derrama y corre por las calles en bastante caudal, de forma que, sin dispendio alguno, los vecinos pobres por donde pasa dicha agua la recogen en sus casas y usan de ella para bebida y aseo de sus ropas y la sobrante la utilizan varios hortelanos para la crianza de sus legumbres’. 

Sólo dos años duró esta abundancia pues a pesar de los esfuerzos tardíos del ayuntamiento, el acueducto se encontraba ya irremisiblemente dañado. En agosto de 1774, el ayuntamiento hacía constar en un acta la total sequedad de la fuente de la plaza de las Monjas y denunciaba las acciones de los propietarios de los cabezos del Conquero respecto de las lumbreras existentes en sus tierras, que utilizaban como pozos particulares.

Durante todo el siglo XVIII (así como durante casi todo el siglo XIX y parcialmente en las primeras décadas del siglo XX), el acueducto fue el soporte fundamental del suministro del agua de Huelva y, si bien la fuente de la plaza de San Pedro y la de la plaza de las Monjas presentaron en adelante frecuentes intermitencias, la Fuente Vieja siempre mantuvo el foco de agua más caudaloso y constante con el que pudo contar la localidad hasta fechas relativamente recientes.

Por eso, no parece desproporcionado afirmar que el acueducto subterráneo de Huelva fue la obra de infraestructura más sólida, singular y de mayores alcances con la que contó la ciudad y sin duda, por la importancia del abastecimiento que aseguró, la más insustituible.

A principios del siglo XIX, el abastecimiento fundamental de la población continuaba procediendo de las aguas del acueducto que venían a desembocar en la Fuente Vieja. En 1828, ante la bajada del caudal de la Fuente Vieja, desde el ayuntamiento se dictaron las órdenes expeditivas: bajo multa de cuatro ducados, los aguadores sólo podrían tomar su carga desde la salida del sol hasta las nueve de la mañana, quedando a partir de esa hora la fuente para uso exclusivo de los vecinos que acudiesen a ella sin ánimo de lucro. Con estas medidas se pretendía, por un lado, regular el consumo de una sustancia tan vital y escasa como el agua y, en segundo lugar, evitar la especulación en un abastecimiento que se estaba convirtiendo en un auténtico negocio para los aguadores.

A tal respecto, la Fuente Vieja se estaba convirtiendo en un foco de enfrentamientos y disturbios entre quienes acudían para su propio abastecimiento y quienes lo hacían como negocio. Así, el ayuntamiento se vio obligado a establecer un guarda en la Fuente Vieja para que cuidara del aseo y limpieza de la misma y evitase todo desorden que pudiera ocasionarse.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la Diputación seguía recibiendo denuncias acerca de la forma en que algunos vecinos propietarios de huertas extraían el agua del acueducto por diversos pozos no autorizados, obstruyendo premeditadamente su curso, perjudicando así la afluencia hacía la fuente, lo que constituía el principal motivo del deterioro del acueducto.

Ahora bien, no todas las carencias del suministro podían atribuirse a estos comportamientos ilegales. También resultaba responsabilidad del ayuntamiento el no acometer periódicamente las obras de limpieza y mantenimiento, pues nunca existieron en el municipio partidas presupuestarias regularmente dedicadas a la conservación de las galerías y cañerías.

En el último cuarto del siglo XIX, precisamente cuando la población empezaba a despegar al calor del desarrollo minero de la provincia y sus necesidades cuantitativas y cualitativas aumentaban exponencialmente, las fuentes se habían ido secando progresivamente: primero, la de la plaza de las Monjas, después la de la plaza de San Pedro, cuyo depósito hubo de ser abierto para poder acceder directamente al agua. Naturalmente, esta dramática merma del suministro debió ir acompañada de un grave deterioro de la calidad del agua y, en muy corto plazo, acabaría repercutiendo sobre el estado de salud general de los onubenses. Bien podría atribuirse al deficiente funcionamiento del acueducto la sorprendente elevación de la mortalidad provocada por las enfermedades digestivas, sin duda, directamente relacionadas con la potabilidad de las aguas.

Esta dramática situación llevó a que se tomaran iniciativas municipales tendentes a la restauración del acueducto para recuperar convenientemente el flujo de agua en las fuentes públicas de la ciudad. Estas medidas resultaron eficaces y en el año 1894 hay constancia de que el agua volvía a manar abundantemente en la fuente de la plaza de San Pedro y gracias a esta abundancia de agua, un par de años más tarde, se construyeron otros dos surtidores en la calle Puerto y en la plaza de San Francisco. Los medios de comunicación de entonces reclamaban atención y limpieza para el acueducto, y reconocían que éste se había convertido para los onubenses en algo desconocido y misterioso.

A punto de encarar el siglo XX, la ciudad de Huelva poblada ya por más de 20.000 habitantes, requería bastante más caudal del que podía recoger y conducir el viejo acueducto del Conquero. Éste podría cubrir, en el mejor de los casos, parte del suministro doméstico, pero la realidad es que una ciudad en expansión, ansiosa de progreso y con proyectos de futuro necesitaba una red de abastecimiento mucho más compleja y moderna.

Con el suministro domiciliario del agua, el acueducto cayó en el más absoluto olvido, ignorando injustamente el servicio que prestó a la ciudad durante casi dos mil años.>> (Referencia 3. Texto literalmente reproducido del Boletín 6 del 15M Huelva citado).


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